Friday, May 25, 2007

MEDIOCRE

Dos botellas de tequila, una de ginebra, media de ron y una cajetilla de cigarros no fueron suficientes para apaciguar su dolor, ni tampoco el ritmo frenético con que había consumido todo lo anterior. El polvo milagroso lo mantenía consciente, sentía su orgullo herido expuesto y contaminándose de humanidad, y aunque hacia esfuerzos dignos de adormecer su dolor había cometido un error crucial, se tropezó con la misma piedra blanca que siempre aparecía por su camino, “cuando aprenderé” se decía a si mismo, y pedía otro trago, y otro y otro, hasta que el cantinero le aviso que era hora de cerrar. “Aquí no cierras hasta que yo este listo para irme ¿qué no sabes quien es mi padre?” Pero nadie lo escucho, en tres segundos un hombre corpulento con brazos de tronco le mostró la ruta de salida, y ante su nula respuesta fue expulsado con tanta facilidad que soltó su llanto contenido sentado en la acera. “Padre¿ porque me has abandonado?” Preguntaba una y otra vez “no debiste haberme engendrado si no me querías, ¿por qué he de sufrir estas humillaciones?”

De nuevo, no obtuvo respuesta. Cargaba con toda una vida de rechazos y seguía creyendo que su padre algún día lo reconocería, dándole el poder y respeto que debió haber heredado y sin embargo le había sido negado. Tenia una fe ciega en su progenitor, en parte a causa de las historias de su madre y en parte a causa de las historias que por los siglos de los siglos habían rondado en torno a la figura paterna que tantas veces había evocado en las noches.

Una de tantas veces en las que llegó golpeado de la escuela, cuando aun era muy pequeño, su madre lo llevo a la sala, y de un escondite que tenia en la pared sacó una caja negra, pequeña y pesada. Adentro había dos velas negras derretidas hasta la mitad y algo que parecía un icono religioso. Sacó la estampita y se la mostró: “Hijo, él es tu padre”. Era Satanás. “Yo le digo Mefisto, es un nombre con clase”. Para Jeremías fue el día más feliz de su vida, esa revelación era la solución a todos sus problemas.

Esa noche por primera vez se hinco a rezar. “ Padre, ¿esta bien que te llame así? Quizá algún día te llame papá, pero cuando haya entre nosotros mas confianza, seguramente será pronto ¿verdad? Ahora que mamá me ha dicho todo no tienes porque esconderte, puedes venir a visitarme y enseñarme algunos trucos para defenderme de mis compañeros en la escuela. Siempre me están haciendo bromas pesadas y burlándose de mí sin ninguna razón, seguramente tengo poderes increíbles que no sé usar. Estoy feliz de que tu seas mi padre y no algún hombre mediocre, sin importancia ni fama. Cuando sea grande también yo seré alguien importante, con mucho poder y dinero ¿verdad? Si soy tu hijo todo es posible.”
Y así, noche con noche, Jeremías le pedía a su padre que viniera a su auxilio, y a veces le pedía que se lo enviara por correo electrónico. “Padre, se que estas muy ocupado, las noticias hablan y hablan de todas tus obras. Si no puedes venir a verme,¿ puedes mandarme la información para saber como evocar mis poderes? Después cuando tengas tiempo podríamos ir al parque y a comer pizza.” Meses después, las plegarias de Jeremías iban cambiando de tono, intentaba contener la rabia que por dentro crecía con cada día que su padre decidía ignorarlo. “Padre, hoy me golpearon por decir que era tu hijo. No me creen, pero yo te llevo en mi corazón, se que algún día vendrás”.

Cuando Jeremías arribó a la adolescencia era tan odiado que no tenia ni un solo amigo. Se paso toda la primaria amenazando a sus compañeros con sus poderes diabólicos inexistentes, y decenas de veces quedo en ridículo al tratar de desaparecer o mover un mueble con la mente, creyendo que su padre el Diablo vendría a ayudarle.
Un día en televisión vio un concierto del pianista virtuoso Rubinstein, y en esa ocasión interpretaba el “Mephisto Waltz” de Lizt, una pieza de mucha dificultad, quien logra dominarla da un espectáculo impresionante. Jeremías lo tomó como otra revelación, como un mensaje de su padre. Pensó que si se hacia pianista, los poderes dormidos en su cuerpo lo llevarían a ser también un virtuoso, el mas respetado que hubiera existido, y tocaría el vals de Mefisto en honor de su padre. Al día siguiente consiguió la partitura y se encerró en la sala de música de la escuela. No entendía nada de lo escrito en los pentagramas, cerró los ojos y pidió una vez mas: “padre, dame algo de tu poder, lo usare para glorificarte”. Abrió los ojos y seguía sin entender. Empezó a aporrar las notas para ver si gradualmente se iban convirtiendo en música pero nada. Enfurecido, se enlistó en clase de piano y emprendió un viaje largo y doloroso hacia la realización de su verdad: era un mediocre.

Mientras, en una dimensión inconcebible, el padre de Jeremías escuchaba como un zumbido las plegarias que le enviaba su hijo no deseado. “Como jode”, les decía a sus amantes, y en ningún momento pensó en contestar. Mefisto andaba de gira intergaláctica, la meta era sembrar su semilla en planetas distintos a la Tierra, pues calculaba que ya no le quedaba mucha vida y una eternidad era muchísimo tiempo para estar en un lugar deshabitado. “Mientras más hijos riegue por el universo, mejor, con que no me salgan tan patéticos como el mentado Jeremías de la Tierra”. Y realmente, nunca hubo alguien tan patético como él.

Jeremías caía una y otra vez en la tentación de pavonearse de sus lazos familiares, nunca quiso entender que eso daba pie a mas burlas. Terminó sus estudios y se mudó fuera de casa. Su carrera en leyes lo llevó directamente a donde quería estar: en la política. Ahí no se burlaban tanto de el cuando decía que su padre era Satanás, sino al contrario, lo alentaban a usar sus influencias. Logró acomodarse en un puesto burocrático de poca importancia, sin mucha responsabilidad ni dinero, pero tenia una oficina y una camiseta con el logo del gobierno, eso le bastaba para acostarse con mujeres de aspecto mas o menos apetecible. Tenia un asistente que fungía como vertedero de todas sus frustraciones, despotricaba contra él por nimiedades, si dejaba una pluma en un lugar distinto al cajón derecho o si movía el florero de lugar en la sala de espera. Todas las mañanas se esmeraba en su arreglo y salía de casa brillando de pies a cabeza.. De primera vista parecía una persona agradable, pero cuando sonreía sus dientes amarillentos y el olor que despedía al hablar ahuyentaban a la mayoría de las mujeres.

Por las noches iba a la casa de su madre a cenar, a pesar de odiar a su hermano menor Santiago, quien había nacido cuando Jeremías tenia 18 años. La noche de su odiosa concepción entró al cuarto de su madre y las dos velas negras que ella guardaba junto con el icono de su padre estaban humeando. Su madre dormía placidamente, con una sonrisa de satisfacción que hirió a Jeremías hasta lo mas profundo: su padre había estado ahí y no lo buscó a el, su hijo que tanto le había pedido que viniera. Su hermano nació en marzo. Era querido por todos, a los tres años tenia un harem de niñas que se peleaban por jugar en su corralito. El niño pronto demostró su herencia demoníaca, torturaba animales, hacia que la televisión se cambiara de canal con la mente y hacia de sus pañales un infierno que castigaban de manera horrenda a quien tuviera que cambiarlos. En varias ocasiones Jeremías llego a casa para encontrase con un rastro de azufre en el aire, y la familia contenta y estrenando ropa o zapatos. Nunca había nada para el. El resentimiento de Jeremías tenia una gran resistencia elástica. Crecía y crecía sin limites aparentes. Con cada rechazo la lucha furiosa entre el amor ciego a la idea de su padre y el odio que le producía el abandono se recrudecía Poco a poco el odio fue ganando.

El piano se convirtió en un hobbie pasajero. Sabia tocar bien una pieza, el minueto en Sol Mayor de Bach, y en cualquier lugar donde hubiera un piano y alguien que lo escuchara la tocaba diciendo que era solo una muestra sencilla de lo que podía hacer. Una mujer le creyó y se casaron antes de que llegara a conocerlo. Su matrimonio duro ocho meses.
Después, otra mujer aseguro reconocer en el a un hijo del diablo. Pertenecía a un culto de magia negra y Jeremías aprovecho la oportunidad para declararse el autentico heredero de Satanás. Convenció a las mujeres pertenecientes al culto de que tuvieran sexo grupal con el para consagrarse con su padre y quizá hasta obtener su semilla maldita. En la segunda semana de orgías diarias se caso en una ceremonia negra con la primer mujer que mostró síntomas de embarazo. Un mes después lo echaron del culto llamándole charlatán y su esposa se practicó un aborto. Nunca mas la volvió a ver. Cuatro matrimonios y un suicidio después Jeremías decidió aceptar su soltería como algo permanente, no sin su porcentaje de frustración agregado a todos sus otros traumas.

Nunca ascendió en el trabajo. Jamás vio ni seña de su poder. Su padre lo rechazó tan metódicamente que Jeremías tuvo que desarrollar una resistencia al desasosiego que esto le causaba, y optó por la manera más rápida y segura de levantar su autoestima: la cocaína.
Cuando su hermano se convirtió en un saxofonista reconocido a los dieciséis años, el alcohol se hizo su otro mejor amigo.

Fue perdiendo su vanidad. Ya no era ese Jeremías que llegaba brillando al trabajo y tocaba su minueto para impresionar a las mujeres. Dejo de importarle todo aquello que no fuera esencial para su supervivencia, y se concentró en vengarse de su padre que había arruinado su vida. Después de meditarlo por meses se le ocurrió una idea.

Un domingo por la mañana se dirigió a la Iglesia católica más cercana y participo en todos los ritos, hasta tomó la hostia sin considerar que debía estar bautizado para hacerlo. Realmente era como llenarse de lodo o tirar un plato para que su padre te volteara a ver, no tenia las agallas para retarlo con algo que realmente lo hiciera enojar. Pero no funcionó, nada funcionaba. Se sumió en una depresión sin retorno.

De la oficina al bar, del bar a la oficina. De la barra del bar a la barra del espejo para poder seguir tomando y aspirando. Sin razón ni estimulo para existir vagaba por habitaciones y calles insensible a todo. Nada extraordinario paso en su vida.

Aquel día en que lo sacaron del bar una patrulla se acercó al verlo tirado y gritando al piso furiosamente. Lo interrogaron y le pidieron sus identificaciones. “Es un pobre diablo, inofensivo” se dijeron los oficiales, y ahí lo dejaron; y no se supo más.

4 comments:

Una mujer bizarramente normal said...

uuu dark, i like it!!

Juan-Jo said...

Me gusto la manera como lo fuiste colgando a sus oficios. Me imaginé un trapecista tratando de no caer. sin duda esa parte de tí, la musical, es una parte que puedes explorar. Me gusto el cierre de la historia y el final también.

Claudia X said...

Luthien: cool!
Juan Jo: es el mejor comentario que em has hecho amigui! Saludos hasta alla°!

verdette said...

mejor cuento ever!