Friday, March 30, 2007

Cada vez que voy a Cabo me siento desconectada del mundo. Es agradable, el desierto y el mar; es familiar. Fui hace apenas unos días, viaje familiar relámpago, y me la pase muy bien por una razón un tanto egoísta: me dejaron sola por ratos prolongados. Pude nadar y flotar sin interrupciones, dejarme llevar por divagaciones pseudofilosoficas, leí el número entero de Tempestad, el tema era la Melancolía. Dijeron algo interesante, bueno muchas cosas, pero algo que ya había escuchado a una amiga decir: que la melancolía era algo rico. Ahí decía que la melancolía es la felicidad de estar triste, y es que, Ay! Que triste estoy! Yo siempre tengo una tristeza mezclada con felicidad. La felicidad la opaca y sale a la superficie, pero no estar triste en este mundo seria para mi como estar muerta. Las razones para estar triste por el mundo no las voy a mencionar, serian demasiadas, además no quiero pensar en ellas tan detalladamente.

El teléfono sonó y perdí el hilo. Nos vemos en otros dos meses.

Tuesday, March 20, 2007


Que perdida he estado, es una groseria! Honestamente, no tengo excusas. Aqui esta la portada de La Morralla, revista del taller de narrativa de Martha Parada al que asisto desde hace mas de un año ( no se vayan con la finta, los demas escriben muy bien) y bueno, la presentamos el dia del Dragón Culto, desde el 02 de marzo, y fuimos un exito rotundo, vendimos 27 números, suficientes como para compranos nuestra propia guillotina. Snif. En esa ocasión el Dragón tuvo el honor de contar con David Silva en el area de exposiciones y la pasamos todos re bien. Cest finni.

Tuesday, March 06, 2007

DOÑA BERTHA


Su rostro era terreno accidentado: ojos opacos surcados por arrugas profundas, labios delgados con manchas moradas y rojas, cabello negro, seco y quebradizo. Su mirada era severa, su apariencia agria. Daba la impresión de que nunca había sido feliz, y cuando sonreía por algún milagro de la vida la sonrisa no era verdadera, destilaba amargura. Solo parecía complacerse cuando hablaba de los demás, y nunca de manera amable, jamás Era pequeña y robusta, siempre usaba la misma ropa: falda recta tres cuartos abajo de la rodilla, zapatos de enfermera, blusa de manga larga y chaleco tejido, todo en color azul marino. Dos pinzas en el cabello detrás de cada oreja, la misma bolsa negra de piel todos los años que la conocí.
Doña Berta era difícil de tragar, su semblante repelía a cualquier persona sensible. Limpiaba casas para vivir, conocía detalles íntimos de las señoras del pueblo, señoras que debían trabajar fuera de casa para mantener una familia o por satisfacción personal y confiaban su casas, sus hijos y su ropa sucia a la anciana que parecía petrificada en la edad de setenta: pasaban los años y ella seguía igual, incluso en sus fotos de veinte años atrás no se notaba ninguna diferencia.
El trabajo nunca le faltó pese a que hablaba muy mal de todas sus patronas. Su habilidad residía exactamente en eso: a cada nueva patrona la ponía en contra de la anterior, asegurando así que sus mentiras e imprudencias no fueran descubiertas en la sobremesa de algún café.
Una mañana llego a la casa previamente contratada por mamá. La recomendó una amiga basada en el hecho de que era una persona muy católica y asistía diario a la Iglesia; nunca supe que culpa cargaba.
Mantenía la casa brillando de limpia: tallaba pisos y enceraba muebles sin cesar, pero cuando salía por las Cocacolas para la comida aprovechaba para echar un poco de veneno con quien se encontrara en la tienda, despotricando contra mi familia con mentiras y distorsiones de la realidad.
En casa también se encargaba de cocinar, y hasta en eso lograba hacer maldades. Una vez mamá hizo una ensalada de papa deliciosa y todos la devoraron y alabaron su buen sazón. A los pocos días apareció otro molde de ensalada que parecía de papa pero cuando uno se disponía a engullir el primer bocado el sabor del chayote y mayonesa resultaba una grande y cruel decepción.
Las maldades de Doña Bertha venían en todos los tamaños y colores. Iban desde pequeñas indiscreciones que hacia pasar por torpeza hasta intentos de deshacer amistades de mi madre, como la vez esperaba la llamada de su amiga Gisela para salir de compras cuando tuvo que ir a la oficina por unos minutos y pidió a Doña Bertha le diera el recado. Gisela llamó, y el mensaje que recibió fue que mamá no la pudo esperar y se fué sin ella. Cuando mamá regresó y preguntando por la llamada recibió un mensaje similar: Gisela se había ido sin ella. No conforme con esto y extrañada por el mensaje llamó a su amiga y aclararon la situación. Fue hasta ese entonces que todos empezamos a sospechar de Doña Bertha.
Parecía estar ensañada especialmente con mamá, y seguramente lo estaba, quizá envidiaba su belleza y la cantidad de amigas que tenia o envidiaba a su familia o la alegría natural que proyectaba. Cuando una persona es amarga las razones para odiar sobran.

Mamá recibía visitas casi todas las tardes para tomar café y platicar en la mesa del comedor y Yoyita, una amiga de años de mamá, llegó un día sin avisar ya que había estado fuera del pueblo por meses. Ella había recomendado a Doña Bertha para el trabajo ya que las dos eran muy católicas , pero Doña Bertha, en su afán por la maldad, omitió ese detalle y soltó su lengua venenosa con quien no debía: le dijo que aunque creyera que mi madre era su amiga estaba equivocada, que hablaba mal de ella y la criticaba por poner a su hijo a planchar sus camisas. Yoyita la cayó y le dijo que no hablara mal de sus patronas, que de sus bolsas comía y le pidió que se retirara de su presencia. Mi madre supo esto de inmediato pero no actuó, no habiendo otra persona que la ayudara con la casa decidió esperar el momento correcto para enfrentarla: seguramente resultaría en su renuncia y por lo menos no le robaba. Si hubiera sabido todo lo que hablaba de ella a sus espaldas no hubiera sido tan fría al respecto.


Los días pasaban y ella seguía barriendo y almidonando las camisas de papá, parando la oreja de radar para captar las conversaciones que se daban a puerta cerrada. Seguido interrumpía las reuniones de los demás, queriéndose pasar por una persona simpática. Una fiesta de cumpleaños estaban todas mis amigas reunidas en la sala y reíamos a carcajadas por cosas tontas, como cualquier adolescente. Ella empezó a decirnos desde la cocina que no riéramos de manera indiscriminada porque nos íbamos a arrugar y perder nuestra belleza, y nos contaba que ella de joven reía estirando la boca hacia afuera para estirar la piel a la vez. Hacia la mímica de estar riendo de esta manera y al principio era gracioso pero después se fue haciendo extraño: la anciana arrugadísima e infeliz nos estaba diciendo como reírnos para permanecer bellas. Después seguíamos riendo y ella seguía insistiendo en que no lo hiciéramos así, que debíamos de suprimir y controlar nuestras carcajadas. Creo que el sonido de la felicidad le incomodaba.
Yo empecé a guardarle rencor poco antes de casarme. Mi novio había rentado nuestro departamento un mes antes de la boda y fui con el a barrer y limpiar un poco antes de llevar mis muebles. Avisé a mi madre donde estaría y salí, pero cuando regresé ella estaba furiosa. Empezó a cuestionarme por la hora de mi regreso (estuve tres horas fuera). Me gritó que no era correcto que estuviera sola en el departamento con mi novio antes de casarme e infinidad de cosas que me parecían completamente fuera de lugar siendo que tres horas atrás me había dicho que podía ir. A los días supe por su amiga Gisela, que a la vez era tía de una amiga mía, que frente a todas las amigas de mi madre Doña Bertha había dicho que yo me estaba comiendo el pastel antes de tiempo cuando mamá mencionó que yo estaba en mi futuro departamento haciendo algo de limpieza. Mamá la despidió por el resto del día, reprochándole la imprudencia frente a sus amigas, pero realmente estaba avergonzada sintiendo que no debía haberme tenido tanta confianza. Yo no me estaba " comiendo el pastel" pero la maldad de Doña Bertha no estaba en pensarlo, que seria lo natural, sino en decirlo frente a todas las amigas de mi mama que era un grupo de señoras conservadoras como ella. Ese fue otro golpe a mi madre quien ya estaba por llegar al limite de su paciencia, y este llegó cuando Doña Bertha habló de mas por ultima vez, por lo menos en nuestra casa. Llegó una mañana burlándose del vecino, quien planchaba sus camisas ( cosa que ella consideraba impropio de un hombre) porque la muchacha que le limpiaba la casa había renunciado, orgullosamente, a causa de Doña Bertha. Le había aconsejado que exigiera aguinaldo, seguro y horas extras pagadas al doble, beneficios de los que Doña Bertha jamás gozó. Mamá le dijo que no se anduviera metiendo en los negocios de las otras familias y mucho menos poniendo a las trabajadoras en contra de sus patronas ya que se metería en problemas. Doña Bertha se dio la vuelta y se fue al cuarto de lavar, y a la media hora regresó buscando a mama para decirle que ese día renunciaba y que para su información, la esposa del vecino al cual defendía la criticaba por usar plastas de maquillaje en el rostro. Esa fue la última gota de veneno que soltó en nuestra casa.
Con los meses empecé a enterarme de que nuestra vida privada había recorrido todos los cuartos de servicio de las casas de la colonia, y por supuesto que había entrado a la mesa del comedor y se propagó por las calles, pero una versión distorsionada de nuestra vida, manipulada con maldad y un odio que nunca supe de donde fluía. Pero también me fui enterando que toda aquella familia que la dejaba entrar a su casa sufría de los mismos ultrajes.
Recorrió varias casas de la colonia hasta que su fama le arruinó el mercado de trabajo. Empezó a ir a otra Iglesia y con el tiempo los feligreses empezaron a recomendarla por ser una persona tan religiosa. Fue contratada en muchas otras casas hasta que el pueblo entero supo de su lengua suelta. Hubo algunas familias que se vieron mas afectadas, llego a deshacer matrimonios con intrigas elaboradas e incluso se rumora que hubo un suicidio a causa de mentiras que ella generó. Lo cierto es que nadie la ha visto salir de su casa en años, y la última vez que se le vio lucia idéntica, petrificada en la edad de setenta.