Monday, February 04, 2008


La muerte de Sofia

Luces de colores lastimaban las pupilas de Sofía. Acostumbrada a la penumbra de su mundo, encontraba los efectos del lugar exagerados, dignos de la mas potente pirotecnia. El sudor resbalaba por los cuerpos brillosos de los danzantes, posesionados por los ritmos que escupían las cajas metálicas colgadas de los techos; bailaban entregados al éxtasis colectivo y aunque Sofía se vio tentada a unírseles algo la empujaba a seguir deambulando por la fiesta. Estaba hambrienta, y no apetecía cualquier bocado desabrido. Caminaba entre la multitud, sabiéndose observada por mas de un par de ojos. Paraba aquí y allá, siguiendo los caprichos de su olfato; su comportamiento felino le sentaba a la perfección esa noche. De pronto la música cambio y el ambiente empezó a transformarse, todo bajo de velocidad. Cantos en lenguas exóticas ahora dirigían la melodía, y los tambores tribales que los acompañaban llevaron a Sofía a seguir el ritmo con sus botas de tacón; luego sus caderas se unieron a la danza dibujando medias lunas que de vez en cuando se convertían en ochos. Su delgada silueta parecía estar formando un campo de fuerza gravitacional. Pronto empezaría a atraer objetos a su orbita.
Sofía no necesitaba a ningún hombre para bailar. Sus sentidos exigían ser complacidos por completo y solo unos segundos bastaban para someter a prueba a los candidatos. Ritmo, aroma, ojos, cejas, boca, barbilla, torso, y por ultimo, atuendo. Los colores chillantes eran descartados de inmediato. Ropa deportiva, también. “Un hombre sobrio que oculte una naturaleza bestial” se decía “¿que hay del romance sin el misterio?”
Del lado opuesto de la pista, entre los huecos que de vez en cuando dejaban los danzantes al moverse, Sofía vio un par de ojos negros que brillaban con sutiles destellos rojos en el centro; la observaban con atención, pero la cortina de humo, luces y gente se interponía cada tantos segundos , aumentando con el paso de estos la ansiedad deliciosa que empezaba a crecer en el interior de Sofía. Las puntas de su larga cabellera negra le producían un ligero cosquilleo en su espalda descubierta. Sin advertirlo por completo se empezó a mover, buscando un punto libre para una mejor observación. El hacia los mismo, pero ambos procuraban ocultar sus acciones. Eran como dos hoyos negros en el abismo del espacio, empujados a encontrarse por la mecánica celeste, atrapados en la danza espiral, sin prisas, atraídos sin remedio por la fuerza destructora que terminaría fusionándolos en uno.
De pronto Sofía detuvo sus pasos, dio media vuelta y se alejó. Sentía una punzada en el pecho con cada paso que daba, pero era una prueba: medía su dominio. Una onda calida recorrió su cuerpo al sentir una mano fuerte sobre su hombro. Sin duda era el. Giro su cabeza lentamente para encontrarse con los ojos negros y rojizos que parecían ver en su interior. El hombre no quería bailar. Tomo a Sofía del brazo y sin decir palabra la alejo de la multitud.
Ella ni por un momento pensó en resistirse. No tuvo tiempo de ver el largo abrigo negro que el desconocido portaba, ni la gota roja que manchaba el cuello blanco de su camisa. La había poseído desde antes de tocarla, y mientras la guiaba todo lo que existía alrededor iba desapareciendo. El desconocido abrió la puerta de emergencia que daba a un callejón. Salieron. Empujó a Sofía contra la pared. La sensación de su piel sedosa violentada por el concreto inicio una ola de placer que rayaba en la locura. Con una mano sujeto su cuello, con la otra atrajo su cuerpo hacia el. Con el dedo índice recorrió las curvas de Sofía, empezando por sus labios, bajando lentamente hasta llegar al final de su falda corta. Vaciló un poco, y después tomó el muslo de Sofía causándole debilidad en las rodillas, por primera vez tembló.
Besó su cuello con delicadeza, y con un movimiento rápido desató su blusa que no era mas que un triangulo sujetado por listones. Ella no pensaba en nada ya, podría haberse caído el cielo sin que ella se perturbara por ello. Luego vino la consumación. Sofía sintió un par de colmillos atravesar la piel de su cuello, y la idea de la inmortalidad y la eterna noche llevo a sus ojos el brillo rojizo que su compañero poseía. Sentía en su cuerpo una transformación deliciosa, pero sus ideas eran equivocadas. El desconocido no daría a Sofía vida eterna, bebió de su cuerpo hasta su ultima gota de sangre, no había nada ya que corriera por sus venas. Ella vio la luz al final del camino, pero torció a la izquierda para hurgar en la oscuridad.