Thursday, May 17, 2007

En los últimos tiempos me he dado mucho a la contemplación de asuntos completamente egocéntricos. He pensado tanto en mi misma que podría escribir un libro sobre el tema, lo titularía: Mediocridad para principiantes. Guía para ser mediocre sin perder el estilo.
Ah, porque eso si, no hay que dejar de ser cool mientras uno es mediocre, porque entonces pasaría a ser un frustrado, y ya de ahí en un suspiro se aterriza en la ardillez, y eso es definitivamente uncool. Salieri era un ardilla, y todo por querer trascender. Es ahí donde reside, según mis contemplaciones autojustificantes, el sufrimiento de todos aquellos mediocres que por las noches dan vueltas en sus camas pensando que después de su muerte nadie los recordara, pues no han hecho nada en la vida que merezca ser recordado.
Yo digo: fuck that. ¿Quién quiere ser recordado después de la muerte? Si no me voy a enterar! Podría haber un desfile en mi honor, con fotos espectaculares y una orquesta tocando alguna composición mía (ok hasta este día tengo solamente dos piezas chiquititas para teclado pero estoy suponiendo que muera algunos años después y tenga ya cuatro canciones chiquititas) y que haya porras deletreando mi nombre con señales de cartón (ok, regresando a lo anterior, también estoy suponiendo que una de mis piezas sea tan buena que alguien le haga un arreglo orquestal, porque definitivamente eso si nunca podría hacerlo yo misma) . Y ( ok, debo confesar que no creo que exista ni la remota posibilidad de que alguien haga un arreglo orquestal de alguna composición mía, OK!!!) yo no me enteraría de nada, porque estaría MUERTA. Cremada, arrojada al mar, en la panza de un tiburón, MUERTA. ¿Porque pues, podría importarme lo que se piense de mi después de mi muerte? Si no me importa en este momento, menos cuando haya dejado este tinaquito de manteca al que le llamo cuerpo. La trascendencia no significa nada para mí. Soy felizmente mediocre. Es a la vez mi fuerza y mi debilidad, como el cinismo.

* * *
Un día que visitaba a mi hermana, recostada en su silla de playa al lado de la alberca, observando a las madres corretear a sus hijos mientras yo me empinaba una Heineken bien fría, me preguntaba que ha hecho el cinismo por mí y porque lo tengo tan en buena estima. Empecé a cuestionar mi cinismo tan marcado cuando escuché al lobo en mi reír a carcajadas de mis “reflexiones profundas”. Me preguntaba en tono burlón si me sentía especial por cuestionarme mis faltas. Me preguntaba si realmente quería hacer algo por mejorar mi vida, si realmente me importaba mi salud, mi gordura y mi falta de disciplina. Se burlaba de mí, me gritaba cosas: “¡Cómprate un libro de Cuahutemoc Sánchez si quieres superarte, me das asco!” Me decía. Y así poco a poco me fue haciendo entrar en razón: el cinismo es parte de mi tanto como mis meñiques chuecos y el desorden de mis notas. Lo necesito para sobrevivir en el mundo real, para hablar con los católicos, las amas de casa estresadas y mis amigos que se convirtieron en políticos, con mis padres y mis hermanos y los clientes en la oficina. Para no perder el humor; para comer chocolate; para decir orgullosamente que no se usar la olla de presión; para burlarme de mi deficiencia matemática y mis nueve años de preparatoria abierta ( uno dedicado y los otros ocho ignorándola por completo). Y para no caer en depresión cuando ve mis fotos pre-inflación(je).

No comments: